Hoy, primer lunes de octubre, como cualquier otro lunes del año, hemos comenzado una semana, con sus actividades, sus reuniones, sus llamadas,… Un lunes que termina en torno a una mesa con un sencillo menú de espinacas y bacón. Una imagen cotidiana y normal en muchas casas, pero que es para nosotros hoy algo excepcional.
Porque los que hoy estaban en torno a la mesa para tomarse unas saludables espinacas son cuatro personas que han hecho de esa cotidianidad su sueño, un sueño que durante demasiado tiempo parecía inalcanzable, hasta el punto que algunos ya no saben si les pertenece.
Hoy, un lunes cualquiera, y tras varias experiencias de convivencia previa, comienza la andadura del nuevo piso de la Fundación: la Vivienda Gómez-Trénor. Durante mucho tiempo nos hemos empeñado por la defensa del derecho de toda persona con discapacidad a elegir un modo de vida inclusivo y así lo hemos reflejado en nuestro plan estratégico. Y hoy hemos dado un nuevo pasito en ese sentido.
Pero la sencillez de compartir unos momentos de esta primera noche con las cuatro personas que comían espinacas me lleva a escribir la historia de otra manera.
Nada más entrar al piso, pasadas las 8 de la tarde, uno de ellos, aun medio mojado tras darse una ducha, me ha llamado para abrazarme y decirme «gracias por el piso». Sin duda, él ha sido el mayor motor de esta nueva aventura. No nos quedaba otra, cuando desde hace años, día tras día, nos pedía poder vivir en una casa como la que hoy inaugura. Su alegría es desbordante y todos la conocemos y nos alegramos con él de que por fin lo haya conseguido.
Para otros, creo que el sentimiento más intenso era un cierto vértigo al tomar conciencia de que han tomado una decisión importante en la vida y nos piden saltar con red, para perder el temor a quemar unas naves en las que han viajado demasiado tiempo y con las que han establecido sus vínculos y seguridades. Una vez más nos enseñan que el ritmo lo marcan ellos y que lo que nos piden es el apoyo y la aceptación incondicional que todos hemos necesitado cuando veíamos que lo que teníamos delante era un gran paso de gigante.
Pero lo que nunca olvidaré de esta noche es el beso y el abrazo intenso de otro de los nuevos inquilinos. Tímido, huidizo, silencioso, siempre ha mantenido su voluntad de vivir como hoy tiene la posibilidad de hacerlo, pero su complacencia y su invisibilidad tras tantos años de una institucionalización que resolvió el escándalo periodístico, lo hacían un buen candidato a interno sine die de la institución que lo acogió hace casi 30 años.
Otros más se irán incorporando en breve, poco a poco, hasta completar las siete plazas de esta nueva vivienda. Siete historias singulares, vividas en primera persona.
Hago mías las palabras que he recibido esta tarde y las hago extensivas a todos los que habéis contribuido a hacer realidad esta magnífica cena de espinacas: «gracias por el piso», de todo corazón.
Ana Carratalá
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